Mi mujer se pasó el día acomodando la casa para que los invitados a su estúpida reunión estuviesen mas a gusto. Menos mal que las putas “bodas de joyería” ocurren cada veinticinco años, estas en particular eran de Oro.
Cincuenta años de miseria voluntariamente aceptada.
Se acercó a mí y aprovechó un fugaz instante en que separé la cerveza de mis labios para darme un beso.
-Y cuando se vayan los invitados vendrá lo mejor de la noche... Me lo prometiste.
¡Mierda! Era verdad. Se lo había prometido. Bueno, una vez al año no hace daño, supongo. Lástima que...
Pocas veces en mi vida recuerdo haber tenido buenas ideas. Casarme por supuesto no fue una de ellas, eso lo tengo claro. Pero ahora se me había ocurrido una bastante brillante.
-¡Mujer! ¿No crees que si ponemos la tele acá y el sofá allá, habrá más espacio para moverse?
-Como tu veas.
Acomodé la tele y me senté en el sofá a terminar la cerveza. La reunión de amigos (de mi mujer) empezó y acabó sin que yo me diese cuenta.
Cuando todos se largaron mi mujer se dirigió a la habitación y unos minutos después me gritó que entrase.
-¡Hala machote! A cumplir- Me dije a mí mismo y entré a la habitación dejando la puerta abierta.
Los primeros cinco minutos fueron un forcejeo engorroso. Ella luchaba por abrazarme y yo por alejar mi rostro de ella. No sin esfuerzo, logré sacar la cabeza de la cama, agarrándome con un brazo a la cabecera para empujar con mas fuerza.
Me dijo que mis caderas le estaban maltratando la pierna y me eché un poco hacia abajo para apoyar mi cintura en lugar del hueso. Pasé una de su piernas por debajo de la mía (me es imposible precisar ahora si hablo de izquierdas o derechas) y nuevamente tomando impulso con la cabecera arremetí con fuerza al tiempo que sacaba un poco mas la cabeza de la cama.
Finalmente llegamos a un acuerdo, nuestras piernas estaban entrelazadas en una especie de tijera mientras nuestras cabezas reposaban perpendiculares. La mía sorprendentemente lejos del colchón.
Ella daba gritos de placer y yo intentaba desconectarme de ellos mientras le decía mentalmente “Córrete zorra”.
Seguí empujando ajeno a lo que ocurría en la cama hasta que me hizo señas para que parase. Me dijo agitada que había sido fantástico, que había tenido los orgasmos mas fuertes de su vida.
Me preguntó de donde había sacado esa posición tan deliciosa y le dí una contestación falsa pero satisfactoria:
-¡Tú, que me inspiras mujer!
Se fue a la ducha con una estúpida sonrisa de felicidad en el rostro y yo me levanté de la cama con el brazo adolorido.
En cierto modo yo también estaba satisfecho. Había quedado como un campeón a los ojos de mi mujer y gracias a mi idea pude cumplir mi promesa sin perderme la final de la copa libertadores de América que transmitían en ese momento en la televisión.
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