lunes, 27 de septiembre de 2010

El hombre del siglo

Se que a muchos les gustaría saber cómo fuí a parar al año 2099. Pero lo cierto es que no tengo la más remota idea. Agujero de gusano, un avión que surcaba el triángulo de las bermudas, hongos de la risa con unos colegas... Escoja usted la causa que le dé la gana.
Me acerqué a un anciano que se me hizo vagamente familiar y le supliqué ayuda.
El hombre me miraba como en shock y hablaba con voz temblorosa:
-¡Es imposible! No puede haber un parecido tan asombroso...
-Señor, necesito su ayuda. No se como vine a parar aquí. Es decir, esto parece Barranquilla, pero todo es tan extraño. ¡Hasta ví un renault 4 volando!
-Los malditos renault 4 nunca desaparecen de esta ciudad. Y eso que en mis años mozos ya eran chatarra ambulante. Es fascinante la forma en que te pareces a él. ¿Te hiciste cirugías verdad?
¡Estos imitadores ya han ido demasiado lejos!
-¿Me parezco a quién?¿Imitadores de quién?
-No te hagas el idiota chico. Anda, ponte mi ropa. A mi no me intentarán violar esas malditas bandas de groupies.
El riesgo de violación parecía tentador, pero acepté los viejos pantalones de pana y la camiseta del Junior que mostraba en pleno dos mil noventa y nueve sólo ocho preocupantes estrellas.
Entré a un bar con la intención de pedir prestado el baño y me encontré con un grupo de embelesados borrachos que miraban el "History channel".
Un vistazo a la pantalla me dejó de piedra: Primero mostraron una humillante foto mía de cuando era bebé. Desnudo sobre una mesa de planchar.
La imagen se difuminó hasta desaparecer dejando ver una nueva foto. Era la portada de la revista "Time".
Ahí estaba yo, "Man of the century".
Una mujer, pechugona e histérica a partes iguales, me señaló con dedo tembloroso:
-¡Es él!
-¡No, no soy!- Respondí asustado. No estaba seguro de tener motivos para que su señalamiento me asustara, pero presentía que los motivos llegarían.
Otra mujer, más histérica y menos pechugona:
-No es él. Es otro de esos fanáticos que se operan para parecerse a él.
Una voz en off narraba (supongo) los motivos por los que parecía haber tanta locura en torno a mi figura. No pude escucharlo porque la gente se abalanzó intentando tomarse fotos conmigo.
Un minuto después las mesas y sillas volaban en una impresionante gresca.
Mientras la gente se mataba a golpes para decidir turnos para posar a mi lado, me escabullí.
Las cosas no eran mejores en la calle.
Una nueva histérica me señaló (Esta vez yo estaba tan asustado que no miré sus pechugas). Lo que gritó sonó a mi nombre. Lo que gritaron las doscientas o trescientas personas que surgieron tras ella también sonó como mi nombre. Corrí, corrí como el demonio.
Desorientado y exhausto me trepé a un árbol y me quedé quieto, esperando a que la turba pasase.
Desde el árbol divisé a unas tres o cuatro cuadras una enorme estatua. Horrorizado descubrí lo que representaba: Un bebé con el trasero apuntando al cielo, subido en una mesa de planchar.
Me bajé del árbol sin fijarme si había o no moros en la costa. Caminé inseguro de querer hacerlo hasta la estatua y la rodeé. Debía tener unos diez metros de altura.
En la parte baja del pedestal había una placa de bronce. Ahí podía estar la respuesta a todo este alboroto:
En memoria de Roberto García (1976-?)
El único hombre que nunca tuvo cuenta en facebook

2 comentarios:

  1. jajajaja sos un genio, inesperadísimo final...
    aunque debo reconocer que te falta mi lápiz rojo

    besos

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  2. ¡Hola!
    No había visto el comentario hasta ahora. La verdad es que si estoy falto de tu sabio lápiz rojo.

    Abrazos.

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