jueves, 9 de septiembre de 2010

Pajarraco

Desde que se sentó a mi lado supe que era un pesado. No llevaba más de cinco minutos junto a él y ya había visto las fotos de sus dos hijas y la cicatriz que le había dejado una operación de no se qué.
Me arrepentí de haber echado a la basura el sedante que me ofreció otro pasajero.
Nueve horas de vuelo hasta La Habana y me toca el pasajero más parlanchín del avión.
-¿A qué se dedica?- Preguntó aquel pajarraco de corbata casi tan chillona como él.
-Soy ingeniero aeronáutico.
-¿Entonces fabrica aviones?
Sabía que no podría deshacerme de él y decidí charlar un rato. De todas maneras la película era un asco.
-Sólo partes de ellos. Mi compañía trabajó en algunas cosas de este modelo de Boeing.
-Entonces... ¿Puede usted garantizarme que este avión está bien hecho?
-No. La verdad es que no. No se lo puedo jurar.
El avión dió una fuerte sacudida. Una azafata cayó de forma muy fea y se nos ordenó abrocharnos los cinturones.
-¿Es eso normal?- preguntó con cara de angustia.
-¿Que nos pidan abrocharnos los cinturones? Sí, es normal. Que la azafata se haya dado en el trasero, también.
-Me refería a la sacudida, hombre.
-No estamos en una zona de turbulencias. Lo cierto es que ha sido bastante
atípica.
Una segunda sacudida mucho mas violenta hizo que el pánico se apoderara de algunos pasajeros. La cabeza me empezaba a doler.
-¿No va a hacer algo?- preguntó apretándome el brazo con fuerza. Le quité la mano y lo miré con extrañeza.
-¿Yo?
-Si. Usted es ingeniero.
-Necesito una copa.
-Dios. Y aún no he escrito un libro ni plantado un árbol.
-¿Qué?
-Ya sabe. Se supone que para morir realizado se necesita haber plantado un árbol, tenido un hijo y escrito un libro.
-Vaya estupidez- Contesté intentando recordar dónde había oído eso mismo.
-Al menos tengo dos hijas- continuó con el asunto el pajarraco.
-¿Dos?
-¡Si hombre! Le he mostrado las fotos hace nada.
-Es cierto, lo había olvidado. Bueno, ya que tiene dos, puede contar una como
árbol.
-¿Cree que se puede?, yo creo que eso sería hacer trampas.
-Usted mismo- le dije con indiferencia.
En ese momento miré por la ventanilla y observé como un motor explotaba arrancando un trozo de ala del avión.
-Yo que usted amigo. Contaría a una de sus niñas como árbol.
-¿Por qué?
-Eso le dejaría unos noventa segundos para escribir un libro...

No hay comentarios:

Publicar un comentario