jueves, 20 de enero de 2011

El juicio al leñador


- Cuéntenos señor Leñador, con sus propias palabras, los hechos del día 25 del pasado mes. Le recuerdo que se encuentra usted bajo juramento.
- Verá, me había ido para el trabajo cuando me di cuenta que me había dejado una de mis hachas en la habitación.
- ¿Tiene usted hachas en su dormitorio?
- Verá, a mi mujer le .... excitan las hachas. Le encanta gritar: “Fueeeeeera abaaaaajo” mientras... Es decir, le.. le gustaba.
- Comprendo, comprendo. Continúe por favor.
- Regresé por mi hacha y cuando iba a entrar en el dormitorio escuché que ella hablaba por el celular con otro hombre.
- ¿Y de qué hablaban?
- El tipo hablaba muy alto, podía escucharse todo lo que hablaba con mi mujer. decía que le hablaron muy bien de ella, que le habían contado que era una experta en gente con gustos particulares y que quería pasar un par de horas en su compañía.
- ¿Qué contestó su mujer a todo eso?
- Contestó que los gustos particulares eran más caros, pero que estaba libre por la tarde. El hombre dijo algo que yo no alcancé a entender y ella colgó.
Fue entonces cuando entré en la habitación asustándola mucho pues ella me hacía ya en el trabajo. Le pregunté si comíamos juntos esa tarde, dije que pensaba cogerme el día libre. Ella respondió que por la tarde pensaba ir a casa de su abuelita que la había llamado y al parecer estaba muy enferma.
Dije que estaba bien, que fuese donde su abuela y la saludase de mi parte.... Pero no me creí nada.
- ¿Qué hizo entonces?
- Lo que haría cualquiera en mi lugar: seguirla. La vi tomar el camino del bosque con una cesta y me fuí tras ella a una distancia prudencial... Tan prudencial que le perdí el rastro. Estuve intentando reencontrarla durante una hora, hasta que di con una cabaña ruinosa. Me asomé por la ventana y allí estaba ella.
- ¿Y que hacía?
- Se había puesto una caperuza roja y azotaba en el culo a un lobo travestido. De su cesta sacaba bolas chinas, consoladores, látigos y toda clase de juguetes sexuales que “aplicaba” en el lobo con profesionalidad. Ella gritaba: “¿Te gusta abuelita?”. El lobo aullaba de placer y respondía : “He sido una abuelita mala, castígame”.
- ¿Qué pasó después?
- Agarré mi hacha, entré violentamente en la habitación... Y lo demás lo tengo borroso. Cuando reaccioné estaba en un calabozo, con la ropa manchada de sangre.
- Es todo señor Leñador. Señor juez, creo que este caso está clarísimo. No tengo más preguntas.

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