lunes, 27 de abril de 2009

La ciudad a oscuras


Era mi primera noche sin ti. Sorprendentemente pude conciliar el sueño hasta que el estrepitoso despertador del Real Madrid me levantó como impulsado por un resorte.
Las diez de la mañana, anunciaba seguro de si mismo mientras yo alternaba mis ojos entre él y la ventana que aún me mostraba un cielo negro y una ciudad en penumbras aunque extrañamente poblada de habituales. Vendedores, mendigos, obreros... Lo mas selecto de la fauna local.

La ciudad era la boca de un lobo. -Mierda de reloj- dije estrellándolo contra una pared. Pero... ¿Porqué bullía de vida la ciudad si claramente eran avanzadas horas de la noche? -Mierda de ciudad- pensé desilusionado de no poder estrellarla también contra una pared gigantesca.
-Ahora vengo- Dije a tu foto. Una imagen no reciente, quizá de la última vez que te vi sonreir.
Me puse la chaqueta y salí a investigar. No porque me importase mucho lo que sea que hiciese la ciudad despierta a esas horas. Mi objetivo era huir un rato de aquel piso lleno de recuerdos. No hay peor compañía que la maldita soledad (un invitado del cual resulta difícil deshacerse).

Crucé la calle sin mirar y recorrí la plaza cada vez más extrañado. La gente hacía su vida ajena a las tinieblas y yo me devanaba los sesos preguntándome porqué había tanta gente con gafas oscuras.
Una señora se llevó la diestra a la cara a modo de visera mientras indicaba a un chaval como llegar a la calle Lorca, mientras yo tropezaba con la gente que me preguntaba sorprendida si estaba ciego o borracho.

Prácticamente a tientas avancé hasta que me dí de bruces contra el ayuntamiento. Un policía me preguntó si estaba bien y le dije que si, que por favor me dijese la hora.
Las fuerzas policiales y el Real Madrid estaban compinchados: Eran las diez cuarenta y cinco de la mañana.

Saqué mi teléfono móvil para alumbrar mi camino y por accidente oprimí el botón de rellamada. No tuve fuerzas para colgar y me lo llevé a la oreja.
Un potente resplandor iluminó la ciudad al tiempo que tu voz preguntaba con fastidio:
-¿Qué quieres ahora?
Colgué asustado y las tinieblas me envolvieron nuevamente. Lo agradecí.

Ya no podías escucharme, pero te contesté mientras avanzaba con una mano apoyada en la pared:

-Sólo quería decirte que eres mi sol.

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