jueves, 30 de abril de 2009

Te ves más guapa calladita

Parecía dormir plácidamente, parecía posar para un pintor. El brazo que sobresalía del sofá era lo único que rompía la perfección de aquella representación de la bella durmiente. Se veía preciosa... Se lo había dicho en una de nuestras constantes peleas: "te ves mas guapa calladita".
- Definitivamente me gustas más así- Le dije mientras limpiaba concienzudamente el frasco de pastillas. Se lo coloqué en la mano que escapaba del sofá y me llevé el vaso en el que había disuelto la muerte en forma de comprimidos (Nunca había oido hablar de alguien que se preparase un zumo de naranja para quitarse la vida). Lavé el vaso con esmero, llené la tercera parte con agua y lo coloqué en la mesita junto a ella (utilicé los guantes de la cocina en esta ocasión).
La escena era ahora la perfecta escena de suicidio, sólo faltaba que yo diese rienda suelta a mis años de teatro universitario.
Lo ensayé mentalmente: Un grito desgarrador lo suficientemente fuerte para que lo escucharan los vecinos, una llamada entre lágrimas al 112... me pregunto que quedará mejor... ¿Espero junto a ella? ¿Espero en la puerta como si estuviese ansioso por divisar las luces de una ambulancia?. Me decidí por esperar a su lado.
Los primeros en llegar fueron dos policías que se encontraban en la zona. Me dijeron que la ambulancia llegaría en tres minutos, que me tranquilizara.
El más viejo de los dos polis me pidió que les contara lo que había pasado. El mas joven se acercó a mi mujer, le revisó el pulso y nos lanzó al viejo y a mí una mirada desalentadora, sabía lo que esa mirada significaba: "Está muerta".

La ambulancia tardaba en llegar, pero en ese momento ya parecía no importar a los agentes, el mas joven se me acercó:
- Sé que es difícil señor, pero necesito que intente controlarse y me cuente lo que sucedió.
En ese momento calmé un poco mis gimoteos y le dije "la verdad":

- Esta tarde le dije a mi mujer que tenía que ir a la oficina a buscar unos papeles que necesitaba (aunque era domingo). Al parecer me siguió en su coche hasta el motel en el que me solía reunir con mi amante.

La palabra amante la dije bajando la cabeza, avergonzado, tal vez arrepentido. El poli me miró con comprensión, casi ex-culpándome. Continué:

La puerta estaba abierta, entró hecha una furia y nos sorprendió a Karla y a mí en un momento... ya sabe, íntimo.
Me dijo que nunca me lo perdonaría, que lo que iba a suceder estaría en mi conciencia para siempre, se marchó corriendo del motel y pensé que lo mejor sería no volver a casa de momento, esperar a que todo se calmase... No pensé que haría algo así.

Rompí a llorar una vez mas y pensé por un instante que el agente me iba a estrechar entre sus brazos para consolarme. Mi genial actuación lo había metido directo en mi bolsillo.
Me dijo que me calmara, que no había sido mi culpa, que estas cosas desgraciadamente ocurrían pero no se podía hacer nada ya.
El otro poli se me acercó y me pidió los datos de Karla, mi amante. Al principio (tal como lo había ensayado) me negué a darles los datos, tenía que proteger su honor incluso en estos duros momentos. Los agentes se mostraron comprensivos y prometieron llevar el asunto con discreción máxima. Les dí la dirección sabiendo lo que pasaría. Irían a la casa de la joven Karla y ella haría su parte. Confirmaría palabra por palabra todo lo que según nuestra versión había sucedido en el motel.
Lo cierto es que mi mujer nunca se dió cuenta de nada (aunque por una buena suma el encargado del motel diría que ella estuvo ahí). Ella nunca supo lo que sucedía, aceptó gustosa y confiada el zumo de naranja que le ofrecí pensando que era mi forma de pedir disculpas después de una agria discusión.

Me senté en el suelo y me cubrí la cara con las manos para que no viesen que no podía contener la risa: ¡Por fin era libre! Era dueño de mi vida y de todos los bienes reunidos en 15 años de matrimonio. En un par de meses lo vendería todo y me iría con Karla a ese sitio del que ella hablaba tanto. Mi vida de ahora en adelante sería una perfecta y continua luna de miel.

Con las manos en la cara y sumergido en mis pensamientos no me había percatado de lo que sucedía en casa. Una voz me sacó de mis fantasías:
- ¡Está viva! ¡Aún vive!
Me quité las manos de la cara y observé. No me había dado cuenta de que los paramédicos estaban en casa y que mi mujer ya estaba en una camilla rumbo a la ambulancia.

- Tranquilo, se pondrá bien. Me dijo uno de los que llevaban la camilla mientras pasaba por mi lado.

El joven agente de policía se me acercó y me dijo:
- Parece que hemos tenido suerte.

Intenté sonreir y poner cara de esperanzado. Un par de minutos después el poli mas viejo se acercó y nos dijo:

- La ambulancia nos ha informado por radio que su mujer ha abierto los ojos, incluso ha dicho algo sobre usted, y ha pedido zumo de naranja. Los paramédicos le dijeron que no podían darle nada ahora de beber. Al parecer está otra vez inconsciente, pero que halya reaccionado es un buen síntoma.
- Quiere que lo llevemos o se siente en condiciones para conducir?

Agradecí el gesto con la mirada y me negué amablemente. Iría en mi coche.

El poli joven me dió una palmadita de ánimo en el hombro y me quedé solo.
Eché un vistazo a mi alrededor. El frasco de pastillas se lo habían llevado los de urgencias. Me dirigí al baño, abrí el botiquín y observé que había otro frasco igual. Estaba sin abrir.
Retiré el precinto del envase y leí la etiqueta : 50 comprimidos. A mi mujer le había dado 24.

Me serví un zumo de naranja y me senté en el suelo con el frasco de pastillas en la mano...

3 comentarios:

  1. No recordaba haber escrito este cuento. LA versión original está llena de errores.
    Seguro aún quedan muchos. Pero que haya corregido más de cincuenta me habla de evolución.
    Me lo encontré por casualidad mirando mi perfil de Perras negras.

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  2. Está buena la historia y ese final es excelente. Me gusta.

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  3. Gracias ALejandro. Este cuento como comenté antes ni siquiera recordaba haberlo escrito y estaba plagado de fallos.

    Saludos.

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